El Diccionario de la Lengua Española define a la voz “lunático”, como quien padece locura, no permanente, sino por intervalos. Las personas lunáticas tienen pues, momentos de cordura, mezclados con momentos de locura o pérdida del buen juicio y contacto con la realidad.
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Esta extraña convivencia de periodos de cordura con momentos demenciales, recuerda a algunos personajes de Shakespeare que, como Hamlet, pueden hacer convivir de manera aparentemente lógica, el discurso de la lucidez con el de la locura; o lo que es más: hacer parecer que las posiciones y discursos de mayor coherencia, son aquellos que se generan a partir de la locura.
Reflexionar sobre esa dualidad que apunta hacia lo esquizoide permite, de alguna manera, procesar lo que tenemos en nuestros días como discurso político, en México, pero también en otros países. En efecto, nos enfrentamos a un escenario político en el que las y los personajes más notables de la escena política nos sorprenden un día sí y otro también con afirmaciones que rayan en lo demencial, mezcladas con argumentos provenientes de extraños periodos de lucidez.
Lo que busca destacarse aquí, no es sin embargo el conjunto de razones que explicarían por qué se ha generado tal dinámica discursiva, sino antes bien, por qué hay millones de personas que han estado dispuestas a creer en una forma de narrativa dislocada de la realidad y francamente contraria a los principios de cualquier buena lógica.
Se ha documentado que el presidente López Obrador ha preferido decenas y decenas de miles de mentiras en lo que lleva de su administración. Y aunque no se ha llevado un conteo relativamente sistemático de sus correligionarios, la suma de todas las afirmaciones mentirosas, no confirmadas o francamente alucinantes que han hecho a lo largo de los últimos cuatro años, rebasarían fácilmente varios millones.
Siendo así, la pregunta es ¿cómo ocurrió o qué es lo que explica que hay una población mayoritariamente, no sólo dispuesta a creerles, sino además a respaldar sus dichos y los hechos que se realizan con base en las nociones y visiones torcidas que muestran de la realidad.
En los meses por venir la Ciencia Política, la Psicología, la Sociología y la Filosofía, por citar sólo algunas disciplinas, tendrán el enorme reto de darnos explicaciones al respecto. Porque no es la primera vez que ha ocurrido en los últimos 20 años. Ya pasó algo similar con Vicente Fox y sus adláteres, y ahora, de manera mucho más acentuada y abierta, con el régimen lópezobradorista.
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Tómese como ejemplo el caso del Metro de la Ciudad de México. Ante sus constantes fallas, tanto el gobierno local como el federal se apresuraron a afirmar categóricamente que se trataba de actos de sabotaje. Es claro que esa era una posibilidad; pero antes de explorarla mesuradamente, con base en inteligencia institucional, los principales dirigentes y sus corifeos se lanzaron en una campaña mediática y de redes a condenar a los supuestos saboteadores y recurrieron a su estrategia favorita: militarizar las instalaciones con la presencia masiva de la Guardia Nacional. ¿Hubo una condena generalizada a nivel nacional o de las y los ciudadanos de al Ciudad para protestar ante tamaño despropósito? No, por el contrario: de acuerdo con una encuesta presentada por el diario El Universal el 13 de enero de este año, el 79.5% de las personas encuestadas se manifestó de acuerdo con la medida.
A nivel nacional es difícil encontrar indicadores o evidencia sólida que sostenga, como dice la narrativa oficial, que estamos ante un gobierno extraordinario. Seguimos con un sistema de salud desbordado, la pobreza no aminora, la inflación golpea el bolsillo de las y los más pobres, tenemos a más de 1 millón de hogares con niñas y niños con hambre; la economía crecerá en los seis años de la administración, en el mejor escenario, un acumulado de 2% del PIB; hemos llegado a casi 150 mil homicidios intencionales y a más de 100 mil personas desaparecidas; el caso Ayotzinapa no será resuelto; los mineros de Pasta de Conchos no serán rescatados, y suma y sigue…
Frente a lo anterior, ¿hay airadas protestas ciudadanas, exigencias y críticas generalizadas por la forma de gobernar y los malos resultados? No, por el contrario, de acuerdo con Mitofsky, alrededor del 60% de la población aprueba al gobierno de López Obrador y su estilo de hacer las cosas.
Si no ha señales claras de una mejoría sustantiva en las próximas semanas y meses; si no hay recuperación de empleos, salarios y crecimiento sostenido y sostenible; si no hay mejores y más eficaces programas sociales; si la corrupción sigue rampante; si la criminalidad se expande y lastima a cada vez más personas, hay que insistir: el problema no está exclusivamente en la narrativa lunática de quienes tienen la responsabilidad de conducir al país, sino en la disposición de una mayoría aparentemente aletargada, que está dispuesta a creer en ellos y a respaldarlos a casi el costo que sea.
Ahora bien, desarrollar una narrativa lunática no es propia exclusivamente de personas que han perdido la razón. Lo más estrujante y de varias maneras escalofriante, es que detrás de esa narrativa haya un diseño racional y estratégico.
En el mismo sentido preocupa y enoja que del lado de la oposición, sobre todo en el PAN y el PRI, con las dirigencias de Marko Cortés y Alejandro Moreno, la narrativa dejó hace tiempo de ser de lunáticos para convertirse en el discurso de un mercado de payasos y definitivamente locos.
Investigador del PUED-UNAM
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