Una de las grandes expectativas que se generaron en el ámbito de la cultura al inicio de la administración del presidente López Obrador, fue la promesa de campaña y el compromiso de gobierno, relativos a que por fin México construiría una política editorial del Estado, así como una estrategia nacional de promoción de la lectura que permitiera garantizar ese derecho para toda la población.
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Como en otros rubros que son esenciales para un desarrollo social integral, los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), captados a través del Módulo de Lectura (MOLEC), muestran que estamos ante otro gran fracaso, pues no sólo no se tuvieron avances, sino que hay retrocesos inaceptables.
De acuerdo con la información oficial, en el año 2018, de la población de 18 años y más con capacidad de leer y escribir, y que habitaba en localidades de 100 mil habitantes o más, (36.67 millones de personas), sólo el 62% declaró que acostumbraba leer. Los porcentajes más altos se registraron en población más joven: 69.6% en el grupo de 18 a 24 años; 67.3% en el de 25 a 34; 58.4% en el grupo de 35 a 44 años; 59.4% en el de 45 a 54 años; 60.1% en el grupo de 55 a 64 años; mientras que únicamente el 52% acostumbraba leer en el grupo de 65 años y más.
Los datos más recientes, captados en febrero del 2024, muestran una caída estadísticamente significativa en los niveles de lectura de nuestro país. En primer lugar, destaca que únicamente el 56.4% de la población alfabeta de 18 años y más que habita en localidades de 100 mil habitantes o más, declaró que lee algún tipo de los materiales que se incluyen en la encuesta (revistas, libros, periódicos, etc.). Ese porcentaje equivale a una cifra absoluta de 23.6 millones de personas. Es decir, la caída no sólo fue estrepitosa en el indicador relativo, sino que además en números absolutos, en el 2024 hay 13 millones de personas menos, que leen en el país.
Nuevamente se observa que en 2024 los grupos de población más joven son donde se concentran mayores porcentajes de lectura; en efecto: el 64.48% de la población de 18 a 24 años declaró que acostumbra leer; entre lo s25 y los 34 años, lo hace el 62.10%; entre los 34 y los 44 años, el 55.8%; entre los 45 y los 54 años, desciende a 53.2%; entre los 55 y los 64 años se ubica en 55.85%; mientras que entre la población de 65 años y más la “costumbre de leer” es de únicamente el 47.5%.
Otros datos: en febrero del 2028, el 9.8% de la población alfabeta de 18 años y más declaró que asistía a bibliotecas, mientras que el 17% declaró asistir regularmente a librerías. En contraste, en el mismo mes, pero de 2024, únicamente el 7.8% del grupo de población señalado declaró que asiste regularmente a bibliotecas; y un 13.8% declara hacerlo a librerías.
Es evidente, frente a esos datos, que la estrategia nacional del gobierno de la república fracasó. Y al mismo tiempo, es evidente también que no es un tema que les importe mucho a las autoridades locales, pues este desastre no podría explicarse a la par de una nula acción de los gobiernos estatales y municipales, donde la cultura, la educación y la promoción de la lectura son agendas que no están siquiera en el horizonte mental de quienes toman las principales decisiones de política pública y presupuestales.
En esa lógica, el trabajo que hacen instituciones como la UNAM, donde se sigue editando la mayor cantidad de libros en el país; pero también en su conjunto, las universidades e instituciones de educación superior, continúan manteniendo a flote la producción editorial mexicana, y esto aún en medio de las terribles restricciones presupuestales que padecen.
La próxima presidenta de México debe tomarse muy en serio estos datos; y debe comprometerse a impulsar una nueva era para el mundo editorial en el país, considerando también las nuevas tendencias de edición digital y de licencias abiertas, que no deben dejarse de lado. A menos, claro, que lo que se quiera es continuar cultivando la ignorancia para trata de seguir cosechando votos fáciles.
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