Los cambios civilizatorios son graduales, de muy larga duración. Por ejemplo, la transición del mundo feudal al moderno puede ubicarse, sólo por mencionar eventos emblemáticos, entre la aparición de las universidades alrededor del año 1100, hasta la irrupción del Renacimiento como movimiento de ruptura civilizatoria en el siglo XV. Fue precisamente en el marco del Renacimiento cuando se inventó la imprenta, se descubrió y conquistó América, Copérnico reformuló el esquema cosmológico vigente, aparecieron los Estados nacionales, surgieron las lenguas nacionales, y se llevó a cabo la reforma protestante de Lutero y Calvino. Todo esto ocurrió en un lapso de alrededor de 80 años si se toma como referencia la invención de la imprenta y la caída de México-Tenochtitlán.

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Como se observa, en un cambio de rumbo civilizatorio se conjugan varios elementos que constituyen quiebres en la forma en cómo las personas nos percibimos sobre el mundo. Desde esta óptica, vale la pena preguntarnos si hay elementos suficientes para pensar en un cambio de época como el que se vivió hace 500 años.

Es poco recomendable hablar en primera persona en los textos que uno escribe, pero en esta ocasión, me daré la licencia de afirmar que sí pienso que tenemos elementos para pensar que hay quiebres civilizatorios en distintas dimensiones: la histórica, la científica, la cultural y la política, como para pensar que, al menos en lo que respecta a Occidente, sí habría al menos en ciernes una transformación civilizatoria.

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En primer lugar, hay que considerar que a principios del siglo se dio un quiebre del modelo cosmológico que teníamos. Antes de la constatación que hizo Hubble respecto de que la Vía Láctea era solo un fragmento infinitesimal del universo observable, se creía precisamente que el universo era inmóvil. Pero este gran genio nos mostró que no es así y que en realidad se expande a la velocidad de la luz -o muy cercano a ello- en todas direcciones. Posteriormente Georges Lamaître formularía su imponente teoría del BigBang, tan revolucionaria y creativa que incluso Einstein se negó a considerarla inicialmente como viable. Gracias a ello sabemos que el Universo es inmenso; y ahora hasta podemos imaginar que no hay uno, sino múltiples universos.

En la plano histórico, la crisis de Auschwitz nos colocó más allá de los límites de la barbarie imaginable; escenario que se ha repetido en figuras como Pol Pot, Lyndon B. Johnson -al ordenar el inicio de la guerra de Vietnam-, en la de Slobodan Milošević y en la de otros monstruos contemporáneos de la guerra.

Asociado al tema de la guerra, se encuentra por una lado la amenaza permanente del holocausto nuclear; y por el otro, las nuevas formas de la violencia cifradas en las estructuras de la delincuencia organizada trasnacional, cuyo número de víctimas directas e indirectas es comparable al de cualquier conflicto bélico regional de la segunda mitad del siglo XX.

Enfrentamos además nuevas crisis que nos obligan a reflexionar y a cambiar de rumbo, porque de no hacerlo la propia humanidad está en riesgo. La más evidente es la crisis ambiental, en la cual se sintetizan todos los efectos negativos del estilo depredador del desarrollo que emprendimos desde la Revolución Industrial. Como humanidad, somos responsables del mayor proceso de extinción de especies y de alteración climática planetaria de los últimos 65 millones de años.

En el plano filosófico y estético en general, desde el siglo XX y hasta nuestros días, se ha agudizado cada vez más la llamada “crisis del sujeto”, e incluso hay quienes afirman su disolución, lo cual se expresaría, por ejemplo, en el abandono de la figura “del autor”, y en expresiones como el performance. De Nietzsche a Foucault hay una poderosa tradición en ese sentido.

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Socialmente, continuamos ante la expansión inmoral de las desigualdades y de la infame prevalencia masiva de la pobreza y el hambre, en un mundo de súper abundancia y desperdicio. Nunca como ahora la humanidad había sido materialmente capaz de aliviar las más urgentes necesidades de todas y todos, y nunca como ahora el despojo y la explotación, el abandono y la ausencia de solidaridad habían sido tan evidentes.

Por otro lado, la globalización económica y las recientes reacciones nacionalistas en contrario son una muestra de la pugna que existe entre visiones y potencias económicas y políticas, la mayoría de ellas rayando en lo patológico en ambos bandos, y que tiene al mundo atrapado en mares de injusticia y desolación, características de la civilización de la que formamos parte.

En el terreno científico-tecnológico estamos ante una revolución sin precedentes que va de la invención de la computadora y el internet, hasta la reciente aparición pública de tecnologías de inteligencia artificial, que no tardan en verse acompañadas de la computación cuántica comercial. Asimismo, desciframos el genoma humano y la nanotecnología es cosa cotidiana en ámbitos que van de lo industrial a la medicina.

En síntesis, estamos en medio de una crisis ecológica sin precedentes; tenemos una nueva cosmología y asolados por la violencia generalizada; con rupturas y quiebres culturales e intelectuales mayúsculos; con problemas añejos irresueltos; y con eventos de barbarie cuya repetición debemos evitar a toda costa.

Predecir qué viene para la humanidad es cosa de clérigos y profetas. Pero lo que no podemos soslayar es que estamos muy probablemente en medio de una transformación civilizatoria; el símil sería estar en medio del ojo de una tormenta de alcances planetarios, y no estar conscientes de que, una vez que pase, el mundo ante el que abriremos los ojos es uno radicalmente distinto.

Frase clave: La civilización, la civilización moderna

admin_saul

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